Cuando trabajamos para generar cambios negociados, que
sean sostenibles en el tiempo, el número de interacciones entre actores puede
jugar en nuestra contra. La cantidad de interlocutores suele ser un problema
para que la comunicación sea fluida. ¿Por qué sucede esto? Por algo que se conoce
como la Ley de Metcalfe. Equipos más pequeños tienen la ventaja de lograr
soluciones sostenibles con mayor efectividad.
Nuestra tarea como promotores de innovaciones desde la asistencia
técnica o la extensión muchas veces nos llevan a la búsqueda de la mayor participación, con la
intensión de considerar todos los puntos de vista involucrados en el proceso. Pero esa no parece
ser la mejor opción si lo que logramos es complicar la comunicación. La explicación la
encontramos en la ley de Metcalfe, que, si bien no ha sido comprobada en su
totalidad, nos da buenas pistas para repensar nuestras estrategias.
En 1976 el ingeniero Roberto Metcalfe propuso que
el valor de una red de telecomunicación aumenta proporcionalmente al cuadrado
del número de usuarios del sistema (n2).
Gráficamente la “Ley de Metcalfe” adquiere la siguiente
forma.
Como vemos, a medida que se incrementa la cantidad de
participantes (puntos) en el enredamiento, la cantidad de posibilidades de
vinculación entre ellos se incrementa. A mayor cantidad de conexiones, mayor es
la posibilidad de generar una red más amplia para comunicarse con otras
personas. Esto que puede ser un “valor” en términos de ampliar vinculaciones se
transforma en una “limitante” al momento de los acuerdos cuando se trata de
comunicación interpersonal y la toma de decisiones. Un número grande de
contactos tal vez no sea la mejor idea para resolver algo de manera rápida. Hoy
vivimos en un mundo donde las estructuras laborales jerárquicas tradicionales, ya
no responden de manera rápida. En equipos conformados por pocas personas, la información fluye más
fácilmente entre los miembros y los objetivos se cumplen mejor.
Estructuras Anidadas
Cuando los grupos son pequeños, el funcionamiento de las
relaciones entre los participantes puede ser descripto con términos precisos. Hablamos
de confianza, de creencias
compartidas, de autenticidad, de conexión, de propósitos compartidos, de empatía, etc. Pero la
forma en que nos relacionamos a pequeña escala no suele ser igual a gran
escala.
Las diferentes visiones del mundo, las coincidencias, nuestras
creencias, el poder, no fluyen fácilmente cuando se incrementan los niveles o
el número de contactos. Así las personas solemos ser “felices” en una red de
vínculos, pero también podemos encontrarnos “perdidos” en otras; “poderosos” en
una red, o “indefensos” en otras más grandes.
Es que cuando comenzamos a considerar esta idea que nos
plantea Metcalfe, aparece rápidamente la noción de que vivimos nuestras vidas
vinculadas a diferentes estructuras de relacionamientos. Más pequeñas y
deseables por el confort que nos brindan, o más grandes e irritantes por sus
múltiples aristas. Ambos formatos pivotando en nosotros como eje de vinculación
de diferentes estructuras. Somos el punto de articulación de estructuras
anidadas.
Si comenzamos a aceptar esta visión, y somos capaces de
reconocer el impacto que generan en nuestro modo de estar en vinculación, estaremos
en mejores condiciones para tomar decisiones de acción para apoyar procesos de
cambio. Podemos quedar separados, o en conflicto, o generar acciones erróneas
si nos falta claridad en reconocer como operamos con estas estructuras. Incluso
podemos “quedar atrapados” dentro de ellas.
Siempre estamos sumergidos en nuestras relaciones
cotidianas. Trabajar para hacer “consciente” estas relaciones nos permitirá
entender su génesis (como nacen, como se sostienen) y a partir de allí desarrollar
y transformar las dialécticas que se suceden dentro de estas estructuras y
entre ellas y las que habitan en nuestro inconsciente. Dicho de otro modo, se
trata de comprender la relación entre la estructura social que deseamos abordar
y la configuración del mundo interno del sujeto que la aborda (nosotros mismos).
Esta relación es la noción de vínculo.
Todo ser humano
es un “ser de necesidades” que solo puede satisfacerlas socialmente. Por lo
tanto, las relaciones que establecemos con otros nos determinan. Somo sujetos
de “relaciones” pero también somos “la resultante” de dichas interacciones
entre individuo, grupos y clases.
Aparece
entonces el concepto de “grupo” que se constituye en un espacio operacional
privilegiado que nos permitirá entender el juego que ocurre entre lo que pasa
“dentro” del individuo, y se proyecta, hacia “afuera”, en la construcción de
relaciones. Este análisis de las formas de interacción que ocurren en lo que se
conoce como “grupo interno” (espacio psico-social) y el “grupo externo”
(espacio socio-dinámico), puede ser usado para entender cómo la teoría de
Metcalfe sobre las cantidades de vínculos se transforma en un riesgo para
lograr decisiones consensuadas sostenibles.
Bibliografia consultada
https://apuntesgrupales.com/2019/04/15/pichon-y-su-mirada-sobre-la-psicologia-social/
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¿Sería entonces deseable una organización más pequeña para lo operativo, relacionándose con una red más amplia para nutrirse y validar sus acciones?
ResponderEliminarHola! Esa es una opción muye interesane! Pero si no se puede, será necesario considerar estrategias para trabajar la comunicación cuidadosamente, o relativizar las expectativas sobre los efectos, sabiendo la multiplicidad de contactos que se generarán si son muchos los integrantes. Gracias por el comentario!.
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