La educación formal nos fue cambiando la forma de ver el mundo. Ganamos y perdimos a la vez. Ganamos la visión que nos permite participar en un mundo de control, pero perdimos la mirada libre, ingenua, que nos permite ver las diferencias sin prejuicios para propiciar encuentros. Esa mirada que es imprescindible para apoyar los procesos de desarrollo en los que queremos involucramos. Esa mirada que tiene un niño.
Te invito a
ver este video que muestra claramente lo que quiero trasmitir y que nos ayudará
a reflexionar sobre cuál es la mirada que más puede movilizar un proceso de
desarrollo.
(Si no visualizas el video ingresa aquí https://www.youtube.com/watch?v=fj60_kNQQP8
Fuimos formados para un mundo que necesita certezas, y en esa búsqueda el “sistema” muchas veces nos impulsa de manera inconsciente a menospreciar las dudas. Aunque paradójicamente sean estas dudas las que alimentan las preguntas que luego mueven el mundo.
Fuimos formados para un mundo que necesita certezas, y en esa búsqueda el “sistema” muchas veces nos impulsa de manera inconsciente a menospreciar las dudas. Aunque paradójicamente sean estas dudas las que alimentan las preguntas que luego mueven el mundo.
Para lograr respuestas
y certezas, nos enseñan primero a discriminar construyendo y operando
categorías que se correspondan con las cuestiones que abordamos: bueno-malo, público-privado, alto-bajo, etc., etc. Así creamos etiquetas para
tranquilizarnos con la “ilusión” de orden que nos proveen, confiados que luego podremos
dominarlas como una manera de comprender los cambios. De esta manera caemos en
la trampa de crear códigos de conductas en lugar de reflexionar sobre los modos
de existencia.
Nuestra tarea
en apoyo a los procesos de desarrollo requiere hacer uso de la reflexión antes
que de la caracterización. Habitar un estado donde abunde la
duda, la inseguridad, lo no definido. Un estado “incómodo” si has sido formado (como
yo) para la asertividad. Pero que abundará en visiones y opciones que, si bien pueden llegar a incomodarnos, motorizarán las respuestas que buscamos. Una etapa donde el
“encuentro” ocurra como producto de la duda compartida. Tal vez la opción sea
ver las diferencias con los ojos de un niño. Darnos permiso para la sorpresa sin predecir todo el camino.
¿Por qué los
padres del video se detienen en un momento del juego?. ¿Qué “etiquetas” se
activaron en sus mentes? ¿Por qué, si se trataba de un juego? ¿Nos ocurrirá lo
mismo a nosotros cuando iniciamos un proceso de apoyo al desarrollo?
Si nos pasa lo mismo tal
vez sea producto de nuestra formación. Pero una vez que seamos capaces de reconocer
que existen “etiquetas” que habilitan nuestras discriminaciones, la responsabilidad
ya será nuestra. De nosotros dependerá si vemos las diferencias como aprendimos
con los ojos del “control”, porque nos urge la certeza, o capitalizamos las oportunidades
que nos brinda la mirada del “encuentro” con todas las inseguridades que allí habitan. Esa mirada que a los niños les surgen sin
dificultades… hasta que el sistema los limite.
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