Por Adrián Gargicevich
Los procesos participativos son indiscutibles como
herramientas para el desarrollo, pero muchas veces pierden su efectividad
víctimas del deseo de mantener la armonía por sobre el disenso. ¿Quién nos
impone que debamos sonreír y estar de acuerdo todo el tiempo? Colaboración
y desacuerdo no son antónimos en los
procesos participativos. Para que la colaboración sea efectiva, también hace falta
un poco de tensión y desacuerdo.
Tensiones y desacuerdos en los procesos participativos de extensión https://redextensionrural.blogspot.com/ |
El imaginario común del trabajo participativo y
colaborativos normalmente se traduce en frases que hemos escuchado: “hay que
ponerse la misma camiseta”, “debemos estar todos en el mismo barco”, “debemos
remar en armonía”… y otras que seguro recordarás. Lo cierto es que si todos
piensan igual, nadie piensa demasiado. Y además, si todos piensan igual,
colaborar se puede volver innecesario. Para maximizar el beneficio de la
colaboración, también es “bueno” chocar un poco, disentir, debatir, tensionar
el sistema.
Las tensiones o desacuerdo en los procesos participativos nos
permiten mejorar las ideas propuestas, exponiendo los riesgos posibles en los
planes. Si se evita el desacuerdo,
también se evita señalar los errores. Por eso es tiempo de cambiar nuestros puntos de vista sobre las tensiones y los desacuerdos durante los procesos
participativos. Tenemos que desterrar la idea de que todo conflicto es destructivo
y empezar a valorar que los conflictos productivos, también pueden generar provecho
y una mayor confianza entre los miembros de un mismo equipo.
Por desgracia, nuestra aversión a los conflictos está tan
arraigada, que cuando queremos fomentar el desacuerdo como estrategia para mejorar
un proceso, debemos hacer un importante esfuerzo extra para lograrlo y no salir
“dañados” nosotros en el intento. El pensamiento crítico como herramienta para el cambio no es una capacidad que nos enseñan desde pequeños, normalmente queda reservada para las instancias de
formación superior, lo que resulta tarde en muchos casos.
Pero no todo está perdido, si te toca operar en un entorno
colaborativo para la tarea de extensión y desarrollo, y observas que la
tendencia del proceso de participación se orienta solo a conseguir acuerdos
priorizando la “concordia” como única meta, es posible re-encaminarlo con
algunas técnicas que mejoren el análisis crítico y hagan más efectivo el proceso.
Aquí van algunas ideas iniciales que pueden ayudar a “relajar” la posibilidad
de ser críticos, sin dejar “heridos” en el camino:
1. Destinar algo de tiempo para hablar de los
distintos roles dentro del grupo y señalar qué aporta cada uno al debate. En el
proceso será importante rescatar cómo cada uno de los roles tiene sentido para
impulsar puntos de vista diferentes. También, reconocer las diferentes
motivaciones puestas en juego y entender cómo éstas afecta al resto de los
integrantes. Como este proceso suele desestabilizar el grupo, se deberá tomar
el tiempo necesario para que las tensiones se normalicen, así se conseguirá un
sentimiento de libertad que permita expresar ideas alternativas respecto de
aquellas con las que no se están de acuerdo. Cuando se habilita un proceso de reflexión
crítica, puede parecer que al principio los
participantes “reman” en direcciones contrarias, pero si hay confianza, un
adecuado rescate de cada aporte y persistencia, se aprenderá a incorporar lo
mejor de cada opción y se conseguirá una mejor alternativa al tema.
2.
Los participantes seguramente tienen visiones
diferentes sobre cómo abordar un tema en función de su propia personalidad y
las experiencias previas. Utilizar en el grupo una herramienta de
auto-evaluación para hacerla visibles, es una opción que otorga luz al
conjunto. A modo de ejemplo ¿Alguna vez te preguntaste como aprendes?
¿Sabes el impacto que tienen los diferentes estilos de aprendizaje en la toma
de decisiones y en el comportamiento grupal?
El descubrimiento de ésta, u otras diferencias, permite entender por qué
a veces ocurren los desacuerdo o los posicionamientos irreductibles. Cuando no
somos capaces de operar sobre la base de estas diferencias, el “poder” o
las “emociones” dominarán el proceso…y cuando esto ocurre, el
constructivismo colaborativo se “retira” de la mesa. Poder explicar el valor
único que tienen las distintas perspectivas, animará a que los que están en
minoría en las categorías caracterizadas, puedan alzar sus voces y ser escuchados.
3.
Fijar normas básicas para conversar y proceder.
Asegurara que todos puedan atender la pluralidad de opiniones presentes, es una
tarea que alguien debería cuidar. Si hubiese que generar confianza para que esto
ocurra, se pueden abordar diversas situaciones y comportamientos mediante la
teatralización de situaciones grupales vividas y reflexionar sobre las mismas.
Estereotipando o exagerando los actores que se representen, se pude construir una
idea clara y más “relajada” de aquello
que es aceptable o no dentro del grupo. Así se pondrán en evidencia diferentes actitudes
y acciones que contribuyen, o que impiden, desarrollar un análisis crítico más productivo que mejore la toma de
decisiones.
Incluso después de haber usado estas tres técnicas, puede
que tengamos que ir más allá para cambiar la concepción que se tenga sobre los
conflictos. A veces no basta con dar permiso para desafiar, mostrar desacuerdo
y discutir. Darle permiso a alguien para
hacer algo que no quiere hacer no representa ninguna garantía de que lo vaya a
hacer. Instalar en un grupo la confianza para operar conflictos productivos, es
una tarea larga que debe ser ayudada con el registro de indicadores que marquen
claramente las diferencias en efectividad entre, aquellos procesos coordinados
con la única meta de sostener la “concordia”, y aquellos donde se priorizaron
el “disenso, la crítica y el debate”.
Bibliografía
consultada: Colaborar no tiene sentido sin tensión, desacuerdo y conflicto por
Liane Davey Harvard Business Review. https://hbr.es/colaboraci-n/476/colaborar-no-tiene-sentido-sin-tensi-n-desacuerdo-y-conflicto
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