Por Adrián Gargicevich
Vivimos en comunidades pero seguimos separados por
nuestras diferencias. Las discrepancias, subliminalmente, también gestan las
condiciones y las oportunidades del cambio. Explicitar estas disonancias permite
“incubar” de manera sostenible cualquier
proceso participativo de desarrollo. Las coaliciones de intereses que logren las
transformaciones buscadas, prosperarán más rápidamente si sabemos crear
espacios amplios para explicitar las disonancias pragmáticas que nos vinculan. La
búsqueda del consenso y la unidad como estrategia excluyente en los procesos
participativos, solo asegura la generación de oposiciones.
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Si bien en la sociedad actual lo más común para lograr las
transformaciones buscadas es
organizarnos en estructuras de relaciones jerárquicas o sistémicas
formales, como individuos, nuestras estrategias instintivas básicas siguen
siendo pertenecer a alguna “tribu” (1). La tribu es un espacio de cobijo
emotivo al que se acude para conseguir la cohesión con los otros, encontrar
apoyo, compartir experiencias y gestara actitudes entre iguales. En las tribus se
cultivan valores tales como orgullo y confianza, indispensables para ejercitar nuestro
desempeño social con bajo nivel de rechazo. Aunque no siempre seamos
conscientes, nuestro esfuerzo por pertenecer a alguna “tribu” nos ayuda a
practicar nuestro desempeño social, sabiendo que estamos protegidos.
Los entornos donde se gestan y maduran las tribus son muy
variados. Casi siempre son espacios simbióticos que anidan dentro de otros
modelos organizacionales. Si participas
(o participaste) de una organización formal, de seguro podrás hacer el
ejercicio mental para reconocer alguna de esas “tribus” internas. Son espacios
vinculares que te permiten compartir y probar en confianza, las mejores maneras
para desempeñarte socialmente en dicha organización con bajos niveles de rechazo
crítico.
La búsqueda del consenso y la unidad, es el camino que usualmente
sigue cualquier modelo organizacional que se constituye para impulsar un
cambio. Cuando se sigue este camino como estrategia excluyente en los procesos
participativos, por defecto, se anula el potencial de otras opciones deresolución que residen en las discrepancias, y en paralelo, se asegura la
generación de oposiciones.
Si nos permitiéramos pensar críticamente los impactos
negativos que tienen estas formas de proceder, pondríamos en valor las
disonancias pragmáticas. Pero por algún motivo estamos tan compenetrados con la
búsqueda del consenso y la unidad que no
damos espacio para valorar las disonancias. No obstante, hacia el
interior de la organización formal, recurrimos a la “tribu” como una forma de
“medir”, en confianza y con bajo riesgo personal si es posible discrepar.
Las metas y los propósitos de cambio que nos nuclean en
acciones de desarrollo participativo pueden ser enmarcadas en organizaciones o
sistemas formales, pero debemos ser conscientes que el logro final dependerá del
esfuerzo y el consentimiento colectivo de los individuos. En tal sentido un enfoque organizacional superador deberá
reflejar esta realidad: en lugar de
impulsar el cambio exclusivamente a través de programas formales, con
estructuras de sistemas duros y visibles, deberíamos, en cambio, simplemente
tratar de crear espacios donde las diferencias y disensos tengan posibilidades
de ser compartidas. De no hacerlo, ellas se refugiarán en las tribus. Con
este enfoque organizacional más dinámico, tendremos la posibilidad de gestar
una “comunidad de apoyo” comprometida que hará sostenible la propuesta de
cambio, y será capaz de recuperar otras opciones procedimentales válidas que
habitan en las personas que disienten con lo instituido.
El consenso es la excepción. De hecho resulta imposible
conseguir una escala común de consenso, cada uno puede tener sus propias razones
para una respuesta. Las coaliciones de intereses, en cambio, resultan una
herramienta mucho más potente y transformadora para el cambio buscado. A través
de ésta última herramienta es posible que los cambios prosperen más rápidamente
si sabemos crear espacios amplios para explicitar las disonancias pragmáticas
que nos vinculan.
Las limitaciones de nuestra
percepción de comunidad
Si bien vivimos en comunidad, las perspectivas que tenemos
de ellas son limitadas y no permiten operar el pensamiento crítico necesario
para lograr recuperar las disonancias pragmáticas que en ellas habitan. Permíteme
demostrártelo con los resultados de una pequeña indagación anónima que hice
usando las redes sociales virtuales e inspirado por la bibliografía consultada.
Pidiendo a cada entrevistado que primero identificara alguna de las comunidades
más importantes de su vida (por ejemplo, su familia, su trabajo, el estudio,
etc.), les pregunté cuáles eran los 3 mejores aspectos que consideraba que dicha
comunidad le brindaba. En solo tres días de consultas, usando varias redes
sociales virtuales, obtuve más de 100 respuestas, un número considerable para tener
una apreciación válida acerca de cuáles aspectos son percibidos como positivos
en las comunidades que integramos. Independientemente de la edad, el sexo o el
país de origen, el resultado es absoluto y contundente para la hipótesis que se
presentó más arriba en el texto. El 99% de los que respondieron no expresaron
ninguna palabra o concepto que se asociara a la “criticidad” como un valor de
importancia en las comunidades que integramos!. Solo una persona expresó la
palabra “debate” como un aspecto positivo que recibe de la comunidad en la que
se referenció para contestar.
Para no abrumarte con datos, me pareció interesante
presentarte los resultados con una nube de palabras. A mayor tamaño de palabra,
mayor frecuencia de cita entre los encuestados.
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La contundencia de los resultados (sin entrar en
disquisiciones metodológicas), desde una lógica apreciativa, nos habilitan a
deducir que la criticidad no es un beneficio que deseamos lograr al integrarnos
en comunidades. Esto debería permitirnos entender por qué se propone la necesidad de abordar estrategias que nos faculten
para recuperar las disonancias si
pretendemos hacer sostenibles y efectivos los cambios que buscamos mediante el
trabajo en comunidad. Lograr el compromiso con la tarea para una organización
que busca un cambio, encontrará en la lectura de las disidencias pragmáticas,
un anclaje directo para coalicionar los diversos intereses que los “comuneros”
tenemos.
Si trabajas desde la extensión para propiciar procesos
participativos de cambio, te aseguro que te resultará sumamente entusiasmante
crear una estrategia particular para recuperar las disidencias.
Recuerda que:
- Las comunidades mantienen el consenso de una manera efectiva,
- pero el cambio puede requerir interconexiones a partir de las disidencias.
- Dado que una organización socialmente dinámica puede no ser unificada,
- y puede tener fuerzas diversificadas,
- se tenderá a sostener las estructuras formales de unidad
- con estructuras sociales de disidencia respetuosas.
- Entonces, ésta son las capacidades que tendremos que decodificar en una comunidad
- para aprovechar de manera pragmáticas las disidencias y hacer sostenible el cambio buscado.
Si estamos apoyando procesos participativos de desarrollo,
nuestra tarea como extensionistas será más efectiva si logramos capitalizar las
diferencias. Las coaliciones de intereses que logren las transformaciones
buscadas, prosperarán más rápidamente si sabemos crear espacios amplios para
explicitar las disonancias pragmáticas que nos vinculan. La búsqueda del
consenso y la unidad como estrategia excluyente en los procesos participativos,
solo asegura la generación de oposiciones.
(1) En este texto, para no entrar en el debate que sobre su
significado existe entre las escuelas “evolucionistas” y “funcionalistas”, el
término tribu es usado en el sentido de un espacio social donde se prioriza el cobijo
emotivo.
Bilbliografía consultada
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